El torpedero Yorbis Borroto fue clave en el desempeño de Ciego de Ávila. Autor: Juan Moreno Publicado: 21/09/2017 | 05:39 pm
CIEGO DE ÁVILA.— Hacía un notable frío en la ciudad de Prince George, Canadá. Para los lugareños, acomodados en las gradas del Citizen Field, era temperatura de verano. En cambio para los integrantes del equipo de Ciego de Ávila, que representaba a Cuba en el III Torneo de Retadores, este era un viento demasiado invernal que apenas podía ser lanzado al olvido por la tensión del momento.
Porque perdían por 4-7al final de la novena entrada ante la selección japonesa del Eneos. La defensa no había brillado y Vladimir García, el pitcher abridor y una de las estrellas del equipo, se había tenido que retirar.
Pero la historia puede cambiar cuando todo parece perdido. Basta solo con proponérselo. Yorbis Borroto pudo anotar una carrera al tiempo que los dientes se apretaban con el out en home de Ricardo Bordón. Un chance perdido.
Con dos corredores en bases quedaba otra oportunidad. Fue entonces que Yoelvis Fiss, con su figura fornida, tomó el bate. En Cuba, y en especial en Ciego de Ávila, muchos hogares habían perdido el sueño. Y este se volvió una quimera cuando aquel batazo sacó la pelota del parque y el final de aquel juego tuvo que volver a escribirse, cuando todo parecía perdido.
«Jueguen pelota y diviértanse»
El triunfo del equipo de Ciego de Ávila —o mejor dicho—, el de Cuba en esta edición del certamen, debió ser para la afición del país como una señal de que nuestros peloteros pueden reconquistar los primeros lugares en los certámenes internacionales. Un triunfo como este se anhelaba desde hacía tiempo.
«Nosotros no pensábamos llegar invictos de la manera en que lo hicimos», cuenta Vladimir García. Con su corpulencia y sus más de seis pies de estatura, el «Cañón de la Trocha» se acomoda en el sofá de la sala de su apartamento, frente al estadio José Ramón Cepero. Su hija busca las piernas del padre, en un gesto pide que la cargue y Vladimir le peina los cabellos.
«Algunas personas —comenta— piensan que este era un torneo de una categoría menor; pero el nivel estuvo fuerte. Había buenos corredores, unos bateadores excelentes y pitcher con idea para hacer mucho daño. Al segundo bate de China Taipéi había que tenerle cuidado y el quinto de Estados Unidos también era de respetar. Tú no podías confiarte con nadie».
Cuando se le pregunta por su momento más difícil del torneo, Vladimir no titubea. «El primer juego con Japón», responde enseguida. Cuenta que hacía un frío tremendo y que la mano se le engarrotaba sobre la pelota. En las primeras entradas era difícil asegurarla y hasta pensó en la posibilidad de que los dedos se rajaran.
«Después entré en calor. ¿La gente pensaba que yo no sentía el frío? ¿Por el sudor? Bueno, yo sudo bastante y es verdad que en un momento uno se olvida de todo. Solo tienes en mente el home y los deseos de hacer el mejor papel. Ese era un juego que había que guapearlo. No sé si era el entusiasmo, el caso es que no me sentía cansado cuando me retiré».
Raúl González fue una de las piezas claves en el éxito. Líder entre los bateadores; rápido en las jugadas, incluso en las que debía hacer desde su posición en tercera base ante los peloteros asiáticos, que se movían con una rapidez fulgurante por el terreno y que obligaban a los avileños a jugar a la viva.
«Ese primera base de Japón era un lince», dice Raúl. «Una cosa es verlo por televisión y otra es vivirlo. Le daban a la bola bien pegadito, tú te movías a buscarla y cuando venías a ver ya casi estaba metido en primera. Uno tenía que meterle el brazo bien duro para ponerlo out».
Sobre las razones de su rendimiento en el terreno, Raulito encoge los hombros como diciendo: «eso no tiene importancia». Pero el motivo del buen ambiente y la soltura en el equipo lo tiene muy claro.
«Roger Machado, nuestro director, nos dijo: “Oigan, aquí vinimos a jugar pelota; no a andar tensos. Así que diviértanse cuando salgan a jugar. Disfruten la pelota y lo otro saldrá. Vamos a ver cuántos juegos podemos ganar, si perdemos uno, correcto. Ganamos el otro. Pero lo más importante es eso. Que se diviertan”. Y eso fue lo que hicimos. Jugar y divertirnos».
«Como sea»
Para Yorbis Borroto una de las claves del éxito de los Tigres fue la unión que existía dentro del colectivo. «A mí, como capitán, me decían que tenía que mantener a la gente embullada, pero eso no hacía falta. Todos estábamos roncos de tanto gritar y aplaudir», cuenta.
Borroto insiste en otros detalles. La disciplina: se decía «a una hora hay que acostarse» y todos cumplían. Ningún entrenador andaba con mala cara, la comunicación era constante y si alguien tenía una preocupación, la decía sin pena y se hallaba la solución. Si te equivocabas en una jugada, pues adelante: la otra saldrá mejor.
«Todos esos poquitos hicieron que la gente jugara suelta, sin tensiones, con la mente libre, concentrados en el juego —expresa Yorbis—. ¿El juego más difícil? Ese con Japón, que estuvimos a punto de perder. Pero, bueno, en la pelota la cosa no se acaba hasta el último out.
»Mira, voy a contar una cosa. Nos la vimos dura, es la verdad. Sin embargo no queríamos rendirnos. Ahí, en el último inning, Roger me dijo: “Tu misión es llegar a primera como sea, pero llega”. Me puse la codera y salí con la idea de hasta aguantar un pelotazo. Me coloqué bien pegado a home para obligar al pitcher a lanzar por fuera. El cátcher se dio cuenta y se lo indicó al ampalla. Dijeron que me apartara. Correcto, aunque puse el cuerpo en posición para recibir el golpe.
»Parece que el pitcher vio las intenciones. Varias veces yo hice un movimiento para buscar que la pelota chocara conmigo, y al hombre no le quedó más remedio que hacer los lanzamientos malos. Yo sabía que detrás venían Bordón, Mayito, Raulito y Fiss, que andaban encendidos. Por eso, cuando me vi en primera, dije: “Usted verá”. Y anoté. Lo grande vino después. Con dos hombres en base y Fiss caminando para el home. Si le digo que alguien imaginó lo que pasó después es mentira, Yo, al menos, tenía la mente en blanco. Y cuando el japonés lanzó bajito, lo único que vimos fue que Fiss sacó el bate de atrás y esa bola empezó a irse y a irse, y uno a dar brincos y más brincos..., porque, oiga, periodista: uno tenía que saltar. Algo adentro te ponía a brincar cuando mirabas aquella pelota que se iba y se iba. Parecía mentira, hasta que se fue».