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La Única en la escultura

Hace casi un siglo se asomó a la vida en un hospital habanero Rita Longa, artista ilustre a cuyo talento se asocian varias de las obras más importantes emplazadas por toda la geografía nacional

Autor:

Juan Morales Agüero

EL 14 de junio de 1912 —hace casi un siglo— se asomó a la vida en un hospital habanero una figura emblemática de la plástica cubana: Rita Longa Aróstegui, artista ilustre a cuyo talento se asocian varias de las esculturas más importantes emplazadas por toda la geografía nacional.

La aptitud de Rita para modelar la forma y el espacio le vino desde pequeña. Pero su definitiva inserción en ese mundo ocurrió en 1928, cuando culminó el bachillerato. La Academia de San Alejandro le franqueó sus puertas. En sus aulas recibió lecciones del maestro Juan José Sicre, y dos años después, en el Lyceum capitalino, de la profesora Isabel Chapotín.

Sin embargo, Rita se tuvo siempre por una autodidacta, empeñada en dotar su obra de aires innovadores. «Mis primeros trabajos eran juegos de líneas y de formas, búsquedas de soluciones osadas, expresiones nuevas, tanteos que fueron adquiriendo mayor seguridad», declaró una vez.

Tenía apenas 20 años de edad cuando, en 1932, remitió sus muestras primigenias a sendas exposiciones colectivas en galerías de La Habana. Una de aquellas obras —titulada Sed—, se exhibió con inusitado reconocimiento público en el Salón Femenino del Círculo de Bellas Artes.

Dos años más tarde, presentó su primera exposición personal en el Lyceum, donde antes había sido discípula. A tan significativo peldaño le continuó su participación en el Primer Salón Nacional de Pintura y Escultura (1935). Allí su pieza Torso mereció una de las guirnaldas.

Eran las refulgencias iniciales de una estrella nacida para brillar intensamente. Así, gracias a su talento, le fueron llegando en sucesión importantes lauros. Como la Medalla de Oro por su obra Triángulo (1936), presentada con laureles y elogios en el XIX Salón del Círculo de Bellas Artes.

También ganó el Segundo Premio en el Salón Nacional de Pintura y Escultura (1938), con Figura trunca, obra que, según la enciclopedia de historia y cultura En Caribe, «fue exhibida —y particularmente celebrada por la crítica norteamericana— en la exposición de arte latinoamericano organizada en colectivo en 1939 por el Museo Riverside».

Para entonces Rita ya había incursionado en otras áreas profesionales. En 1937 formó parte del proyecto Estudio Libre de Pintura y Escultura. Sus clases se distanciaron allí de la enseñanza académica. Además, le permitieron alternar y compartir inquietudes con otros artistas que conformarían luego la segunda vanguardia plástica cubana.

Presidió el Negociado de Enseñanza y Divulgación Artística de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, y la Secretaría Ejecutiva del Instituto Nacional de Artes Plásticas. Ya su obra trascendía el territorio nacional y se incluía en el patrimonio de varios países.

LEGADO ARTÍSTICO

El primer desafío profesional de Rita fue en 1940, cuando el arquitecto Eugenio Batista le confió la realización de un Sagrado Corazón para una residencia privada que estaba a punto de inaugurarse. La artista aprovechó para plantearse el reto de integrar con armonía la escultura con la arquitectura.

El tema religioso continuó siendo un leit motiv en su obra. Como La Santa Rita de Casia (1943, concebida para un templo de Miramar). Y… La Virgen del Camino (1948). Esta obra la obligó a acudir al Tribunal de Ritos de Roma para que declarara legítima la devoción popular despertada por su imagen. Fue coronada por la autoridad eclesiástica romana como «madre protectora del viajero peregrino». El tópico alcanzó su clímax en La Pietá (1957), fastuoso mármol que ella consumó para un mausoleo en el cementerio de Colón.

No son pocas las esculturas de Rita devenidas símbolos. Además de las vírgenes capitalinas, figuran su célebre Grupo familiar (1947), graciosas figuras de venados emplazadas en el Zoológico habanero. Asimismo su Ballerina, en la entrada del cabaret Tropicana. También es encomiable su conjunto Forma, Espacio y Luz, que desde 1953 preside la fachada principal del Museo Nacional de Bellas Artes.

Una de sus creaciones más admiradas es La fuente de Las Antillas. Rita la situó junto al río Hórmigo, en los accesos a la ciudad de Las Tunas —llamada Capital de la Escultura Cubana, con más de cien obras al aire libre—, para trasladar a códigos plásticos una fantasía literaria de Pedro Anglería, cronista de Cristóbal Colón.

El conjunto, de 40 metros de largo por 30 de ancho, está sostenido por una armazón de acero y ferrocemento cubierta con arena rosada de Guamá. Recrea la leyenda del cacique Jaias, quien al morir su pequeño hijo, optó por conservarlo en su bohío dentro de una calabaza. Cierto día, cuatro jóvenes curiosos abrieron el singular sarcófago y, para su sorpresa, salieron al exterior peces y agua, con lo cual, según el referido mito, surgieron Las Antillas.

La fuente... está compuesta por cuatro figuras humanas que sostienen la calabaza, mientras a sus pies yace una joven que encarna la isla de Cuba rodeada de elementos marinos. Aparecen también, simbolizadas en coral, las islas de Puerto Rico, Santo Domingo, Haití, Jamaica y la Isla de Pinos. Fue inaugurada el 24 de febrero de 1977 en el contexto del Tercer Encuentro Nacional de Escultores.

En Las Tunas, por cierto, funciona la Galería Taller Rita Longa, poseedora de la mayor colección de esculturas de pequeño formato de Cuba. En honor a la artista, la provincia celebra periódicamente la Bienal Nacional de Escultura, evento que le confiere continuidad a su legado.

Otras obras imperecederas del catálogo artístico de Rita son El bosque de los héroes, en Santiago de Cuba; La muerte del cisne, en los jardines del Teatro Nacional; Caonaba, en la camagüeyana Nuevitas; la Aldea taína, de Guamá, en la Ciénaga de Zapata; El Gallo de Morón, en esa localidad de Ciego de Ávila; La leyenda de Canimao, en Matanzas; y en Cienfuegos está su india Guanaroca.

Incluso, la cabeza del indio de la cerveza Hatuey, devenida símbolo internacional de la popularísima y espumosa bebida, fue originalmente una obra en bronce de la autoría de Rita Longa. Se dice que cuando ella la diseñó, alguien le señaló con humildad que no parecía la testa de un taíno, sino la de un putumayo. Y que la artista corrigió el defecto.

OBRA IMPERECEDERA

El crítico de arte Alejandro G. Alonso dijo de ella: «Tiene que haber mucho de genuino en la obra de Rita Longa cuando todo un país la ha podido ahijar de modo tan entusiasta». En efecto, si Rita Montaner fue la Única en la música, ella fue la Única en la escultura.

En 1995 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas. Sus palabras de entonces fueron definitorias:

«Las personas conocen mi obra porque la están viendo desde hace más de 60 años —aseguró la escultora en su discurso de agradecimiento por el lauro recibido—. Esa es la única razón de mi popularidad. Es el tiempo, la reiteración, lo que impone la obra de un artista. No importa para nada si se recuerda su nombre o no. El trabajo es lo que queda».

Rita falleció a los 87 años de edad, el 29 de mayo de 2000, en la ciudad que la vio nacer y donde, según uno de sus críticos, «un día trató de descifrar el misterio que esconde la piedra, segura de que “el arte es un idioma universal que cada cual debe hablar con propio acento”».

En un reportaje titulado Dos matanceros en las pirámides de Egipto, citado por el crítico Jorge Smith, el maestro y patriota cubano Eusebio Guiteras (1823-1893) escribió con evidente decepción y amargura, luego de visitar los fabulosos monumentos construidos en la milenaria nación de los faraones: «Nosotros, nacidos bajo los trópicos, donde el hombre no dejó huellas…».

Desde la secular distancia del tiempo, el mismo Jorge Smith redimió la comprensible frustración de aquel personaje decimonónico con una frase de connotación y dimensiones piramidales: «A la vuelta de los años, isleños como Rita Longa se encargaron de enmendar el defecto».

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