Jesús Menéndez. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:15 pm
LAS TUNAS.— En la tarde del 27 de agosto de 1947, un pequeño transporte ferroviario se detuvo junto a la entrada del ingenio azucarero Manatí. Un negro joven, sonriente, vestido con guayabera y pantalón de crachet blancos, echó pie a tierra y saludó con efusivos abrazos y apretones de manos a quienes lo aguardaban desde hacía un par de horas. «¿Y ese quién es?», preguntó, curioso, el vigilante de guardia. Alguien a su lado le contestó. «Ese es Jesús Menéndez».
No era la primera visita del carismático líder azucarero a predios manatienses. Tampoco la primera vez que se identificaba con los problemas de sus obreros. Antes, en 1944, había alzado su voz en una asamblea nacional celebrada en Santa Clara para denunciar a los patronos de la Manatí Sugar Company, quienes, quebrantando las normas laborales instituidas, se negaban de plano a reconocer al sindicato del ingenio y a establecer convenios colectivos de trabajo.
Así, meses más tarde, cuando ordenaron comenzar los cortes para la zafra de 1945, nadie en el batey se dio por enterado. Era el inicio de una huelga organizada por la dirección del gremio. La respuesta patronal no se hizo esperar: despidos y atropellos. Pero la unidad prevaleció. Finalmente, a la compañía no le quedó otra opción que enviar un emisario a La Habana a negociar con Jesús Menéndez.
Pocos días después, el General de las Cañas viajó hasta el ingenio Manatí a presidir en sus talleres la concreción de lo acordado en la capital. Ante una asamblea de trabajadores reunida en sus talleres, los representantes de la compañía rubricaron el convenio en cuya letra se comprometían a legitimar el sindicato y a darle riguroso cumplimiento a la legislación laboral vigente por entonces.
Transcurridos un par de años, aquel 27 de agosto de 1947, Jesús Menéndez regresó a Manatí, en su itinerario por varios ingenios de la región. Ansiosos por escucharlo, sus anfitriones le habían preparado una tribuna frente al Correo viejo. El público estaba expectante por ver a aquel hombre que decía las verdades directamente y sin miedo. Cuando comenzó su encendida intervención, ya era de noche.
Llevaba pocos minutos ante el micrófono cuando se escucharon los disparos. Procedían de la parte trasera de una de las chimeneas del ingenio y del antiguo hotel. A todas luces, se trataba de elementos mujalistas, desesperados por hacer fracasar el mitin y atemorizar a Jesús Menéndez. ¡Qué ilusos! ¡Atemorizar a aquel hombre, insensible al miedo! Como siempre, los tiros les salieron por la culata.
Cuentan que el dirigente azucarero ni se inmutó. Sin perder la flema, extrajo una pistola y se dispuso a ripostar con energía el ataque. No llegó a hacerlo, empero. En un rapto de valentía, se dirigió de nuevo al micrófono y desafió a sus atacantes. Les dijo: «Las mujeres que están en este acto tienen más valor que los traidores que disparan desde la oscuridad». Luego continuó el mitin como si tal cosa.
Días después, Jesús Menéndez declararía al periódico Hoy, órgano oficial de los comunistas cubanos: «Luego de los disparos, los hombres y mujeres de Manatí, indignados, se lanzaron a rodear la tribuna, a protegerla con sus cuerpos proletarios y a gritar “¡asesinos! ¡asesinos!...”. Fue un espectáculo emocionante ver a aquel gentío levantar los puños en señal de aceptar el combate».
Al terminar el candente mitin, la Guardia Rural de Manatí le ofreció protección, por su condición de representante a la Cámara. Menéndez la rechazó en estos términos: «Discúlpenme, pero no la necesito. Tengo un ejército de trabajadores que me protege». Y con la misma se montó en el pequeño transporte ferroviario que lo había traído.
Tras aquel incidente, los divisionistas quedaron muy mal parados. Poco menos de cinco meses después, el 22 de enero de 1948, Jesús Menéndez Larrondo cayó abatido por las balas asesinas de un sicario uniformado en la ciudad de Manzanillo. Su ejemplo de líder incorruptible e insobornable perdura en el proletariado cubano.