Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Después de la tormenta, la calma

Los 22 tripulantes del buque Alicia que dieron positivos al nuevo coronavirus se encuentran hospitalizados en el hospital matancero Mario Muñoz Monroy

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— El tiempo no favorecía del todo la navegación, pero una emergencia de esta magnitud no dejaba otra opción que navegar rápido. Desde el puente de mando los ojos buscaban afanosos algún faro cubano. Al bordear en la lejanía el Cabo de San Antonio, el sol iluminó el rojizo casco del buque. La icónica frase de El viejo y el mar recobraba vida: «El hombre puede ser destruido, pero jamás derrotado».

«Llevábamos alrededor de un mes fuera del país y en los buques se han creado una serie de protocolos para enfrentar la COVID-19», precisa Mario Colás Martínez, capitán del buque Alicia, nombrado así para homenajear a la Prima Ballerina Assoluta (1920-2019).

Tres días intensos 

Los primeros síntomas en los tripulantes del Alicia fueron muy ligeros. La detección fue por la termometría que se hace en el buque desde que comenzó la pandemia, con el oportuno chequeo del estado físico de cada tripulante.

«Fueron picos de febrícula, no hubo ningún caso con sintomatología grave ni meritorio de una atención de emergencia», refiere la doctora Ana Dolores Martín de la Riva, médica a bordo de la embarcación.

Ella cuenta que apoyó sicológicamente a los tripulantes, dándoles ánimo y no siendo alarmista, porque considera que en lo relacionado con el nuevo coronavirus hay que decir la verdad.

«No debemos crear pánico y sí apoyar en todo, como hacemos los médicos que pertenecemos a la flota. Nuestro trabajo no es solo atender la parte clínica, sino dar apoyo sicológico, porque el marino es una persona que está mucho tiempo fuera de su casa. Por eso oímos sobre sus problemas, no solo los médicos, sino los familiares», relata la doctora Ana Dolores.

«Desde el principio, cuando se detectaron los primeros síntomas, le informé al capitán y empezamos a hacer los informes médicos diarios, que se les trasmitieron tanto a la naviera como a Control Sanitario Internacional, y fueron ellos los que hicieron las coordinaciones para recibirnos y hacernos las pruebas.

«Como profesional tenía en mente que la tripulación no es joven, pues muchos son mayores de 50 años y algunos mayores de 60, y el riesgo de que se me complicaran era real. Sin embargo, ese temor era para mí, no para los demás», narra.

El capitán reunió a la tripulación y la doctora les explicó que al llegar a Cuba les harían pruebas PCR a todos y en dependencia de los resultados, los positivos irían para el centro de aislamiento del hospital Mario Muñoz Monroy y los sospechosos para un centro habilitado para esos casos.

«Les dije que teníamos que mantener la disciplina porque ya estábamos en Cuba, que era lo más importante», manifiesta emocionada, mientras asegura que siempre hay los temores y preocupaciones se notan en el rostro, pero nadie perdió el control, todo lo contrario, la tripulación fue disciplinada, añade.

«Fueron tres días de navegación muy tensos para mí», confiesa.

Al atracar en el puerto de Matanzas subió un especialista en Medicina Interna del IPK y dos microbiólogos, quienes les hicieron las pruebas PCR en el propio barco.

«El momento más difícil fue cuando dieron el resultado con los casos positivos. Reuní a toda la tripulación y fui diciendo quien era positivo y quien sospechoso», describe y luego reflexiona sobre el hecho de que a pesar de haber estado en contacto con la tripulación, no sabe cómo ella no dio positiva.

«Creo que mi inmunidad está a prueba de balas, pero yo siempre me mantuve con guantes, nasobuco, y el lavado frecuente de manos, medidas que son reales, válidas.

«Soy una persona muy optimista y el mar siempre me ha conquistado, aunque empecé a navegar ya siendo médico, me adapté bien», menciona. «No hice nada extraordinario, solo lo que hubiera hecho cualquiera de mis colegas en mi lugar», concluye.

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