... Rafael Manuel García Bango y Dirube procede de una distinguida familia habanera. El padre, miembro fundador del Tribunal Supremo de Garantías Constitucionales y Sociales. La madre, una elegante dama de clase. El único hermano, Jorge —que fuera alto dirigente del país— su mejor amigo.
Rafa —como lo llaman todos—, abogado inteligente y hábil, se ocupó de los asuntos del capo de la mafia floridana, Santo Trafficante. (...)
La vida de García Bango parece extraída de un filme hollywoodense. Fue el play boy clásico: buen mozo, habitual de los más elegantes centros nocturnos, amante de coristas, de actrices, de modelos; destacado deportista de clubes exclusivos y ex esposo de una millonaria. Ella emigró a España junto a los tres hijos de ambos.
En Madrid fue condenado a 18 años de cárcel, debido al tráfico de dólares falsos, y canjeado en 1974 —después de cumplir cinco— por dos prisioneros españoles.
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La escala de valores por la que se rige no es la que nosotros acostumbramos utilizar, pero sí la propia, y la defiende bravamente entre tragos de ron, bocanadas de humo y gestos peculiares que se parecen lejanamente a una sonrisa.
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—Celima: ¿Cómo recuerda el encuentro con Trafficante?
—Rafa: Una noche del 56, yo estaba en Sans Souci [el cabaret de La Coronela]. Había llegado una pareja. La mujer me gustaba. No teníamos nada, (...) pero yo quería estar a su lado... Invité a la pareja a ver el espectáculo. La mesa que estaba vacía era de alguien. Yo tenía entonces 23, Marisol mi mujer 21 y la dama 29.
(...) Había un americano que caminaba rápidamente, a pasos largos, de aquí para allá. Andaba bien vestido, no usaba bigote ni anillos. Minutos antes yo le había preguntado al maitre —Oye, Melchorcito, ¿quién es este?—. Él me había respondido: Santo Trafficante. Por el tono de la voz, cualquiera hubiera adivinado que se trataba del dueño, aunque apareciera como dueño entonces, Raúl González.
Averigüé con Melchor de quién era la mesa y me señaló a Santo con el mentón discretamente. Fui para allá y lo abordé; él no estaba ocupándola, se la pedí, me la dio y nos sentamos. Así. Yo quería una mesa en el ring side...
—¿Qué recuerdos guarda de aquella primera impresión?
—Hablaba poco, en voz baja, agradable, sin ningún acento extranjero; parecía un cubano. Miraba de arriba abajo, con el cuello en extensión, no por altanería como parecía, sino porque veía mal. En esa época llevaba espejuelos, luego usó lentes de contacto. Tenía jacquets en los dientes —eso me dijo Coco Nóbregas, yo no me había fijado—. Aunque muy velludo, el cabello lacio, rubio rojizo, poco abundante, se le pegaba al cráneo. Su nombre completo era Luigi Santo Trafficante Jr.; nadie lo llamaba por el primero. Había venido a Cuba a los 40 años en el 54. (...)
—¿Empezó a trabajar en seguida con él como abogado?
—No, no. Oficialmente comencé en el 59. Cuando estaba en Tiscornia, —lugar destinado a los extranjeros que habían tenido problemas con la Inmigración, o expedientes de deportación— me mandó un recado. (...)
«Ese año Santo había comenzado a ser perseguido por una rata. Así: la Rata lo llamo desde entonces. Le gustaba la propaganda, por eso, por no darle gusto, no digo su nombre. Era un enano que vestía trajes pasados de moda, de mucha solapa. En marzo de ese año, le había dado por cerrar casas de placer: hospedajes, posadas albergues... Llegaba con altoparlantes y sacaba de allí a las parejas. Era humillante. Todo con una fanfarria, con una publicidad escandalosa. Adoraba eso. (...)
«Pero no le bastaba, quería más publicidad, y le dio entonces por combatir a los gangsters. Se enamoró de dos de ellos: Meyer Lansky y Santo Trafficante.
«El primero se había ido ya del país...
«(...) Santo fue detenido en el edificio FOCSA, en el apartamento de Henry Saavedra, cajero del casino del Capri, hombre de toda su confianza.
«Fue conducido a principios de junio, a la Primera Estación de Policía, al mando del comandante Efigenio Ameijeiras. Dado que no había cargo específico contra el señor Trafficante, Ameijeiras, persona honesta y de grandes méritos, lo llevó al Campamento de Tiscornia. Si es otro, lo manda para el Castillo del Príncipe (...)».
—Aún no era su cliente.
—No, justamente en ese momento comenzó a serlo. (...) Me designó como su abogado y empezó el proceso. Debió de haber sido tremenda la situación para un hombre como él. Los ratos que allí pasó fueron los peores de su vida. (...)
—¿Por qué había sido para él tan preocupante la retención?
—Primero, porque tenía una causa pendiente en Estados Unidos, y no le convenía ir en aquel momento para allá. Debía esperar a que se resolviera una condena de 12 o 14 años, «In appeal to the Supreme Court». Era un problema de impuestos. Fue a principios de los 50. Al fin se solucionó el caso. (...)
«Existía además una causa muy poderosa. La mayor de sus hijas contraería matrimonio en breve con un muchacho norteamericano. La ceremonia se celebraría en Cuba, y él, lógicamente quería estar presente. Era un excelente padre, adoraba a sus hijas y se sentía muy orgulloso de que ambas hubieran estudiado magisterio».
—¿Pudo asistir a la boda?
—Sí, el cuento es largo. El día antes, un sábado de junio, la Rata irrumpió en Tiscornia y pretendió deportarlo. Ya había sido destituido de su cargo; pero basándose en que el decreto de su destitución no había salido en La Gaceta Oficial, procedió aceleradamente, creyendo que conseguiría su propósito antes del lunes, en que estaría la publicación en la calle.
«Claro está que lo hubiera llevado a cabo si no llego a tiempo. Yo iba simplemente a darle la noticia de que se le autorizaba asistir a la boda de su hija. El permiso venía de mucho más arriba del nivel de la Rata: de Pepín Naranjo y de todos cuantos tenían autoridad en ello.
«Cuando entré, allí se encontraba el individuo tratando de dar por terminado el expediente, como consta en documentos. Eran las 11 de la mañana; (...) Vi a Santo que venía caminando. Lo alcancé y le dije:
«—Vengo a darte una buena noticia.
«Él me interrumpió.
«—¡Qué oportuno ha llegado, Dottore!
«—¿Por qué?
«—Mire quién está ahí.
«Entramos en la oficina del director. Allí efectivamente estaba La Rata. Cuando llegamos, ya había dado a conocer un documento que comenzaba así: “Yo, Fulano de Tal, director de Orden Público...” Como era abogado, sabía qué debía hacer y qué no. Estaba destituido, pero tenía la seguridad de que solo era efectiva esa sustitución si aparecía en La Gaceta Oficial. (...)
«Se dirigió a Santo —¿tiene algo que alegar?— preguntó.
«—No, mi cliente no tiene nada que decir, yo soy el Dr. Rafael García Bango, su abogado.
«—Santo y yo estábamos sentados en un banco. La Rata se hallaba de pie frente a la secretaria del director, y este, también de pie, se limitaba a escuchar. La secretaria tomaba notas. La Rata se dirigió a ella —Ponga ahí que el que dice ser abogado de Santo Trafficante...
«Indignado por lo que consideré una falta de respeto, interrumpí su intervención. Na’, eran guaperías baratas mías; en definitiva yo soy abogado y sé que el lenguaje que se utiliza es ese. Pero lo interrumpí. Estaba desesperado por buscarle las cosquillas al tipo. Uno se «hijeputiza» pa’ subirle la parada a los comemierdas.
«En la mañana de hoy me entrevisté con el Ministro Naranjo. Recuerde algo importante, ya no ocupa el Ministerio Luis Orlando Rodríguez, que fue quien lo nombró a usted en ese cargo, y eso sí salió en la Gaceta. El Ministro me manifestó que dada la importancia del asunto, vendría personalmente a entrevistarse con mi cliente.(...) Había que oírme, parecía que estaba disertando en el Capitolio Nacional.
«Me viré hacia Santo y le dije: Mañana vas a la boda, está resuelto el caso.
«La Rata ordenó al Director: “Este hombre no puede salir de aquí si no vengo yo a buscarlo”.
«Me dirigí a Trafficante y le aseguré: No le hagas el menor caso a “la cosa esta”.(...)
«Santo me tomó por el brazo y me dijo: “Dottore, cálmese”, algo así como: “Deje, no me defienda”. Yo me acordaba luego, y me daba risa: Santo, el bárbaro, calmándome a mí. (...)
«La Rata salió de allí muy disgustado. (...)».
—¿Cómo logró usted ese permiso?
—Había hecho gestiones, había tocado a todas las puertas. Vi a José Assef —uno de los atacantes de Radio Reloj en la clandestinidad, de los hombres más ligados a José Antonio Echeverría (...). Ahora él era sustituto de la Rata. Assef y Yoyi fueron a buscar a Santo en un automóvil. Lo llevaron al Habana Libre, donde se celebraría la boda. Entró a una suite, se bañó, se afeitó y se cambió de ropa. La recepción se llevó a cabo sin tropiezos. (...)
...Profecías«Leí una vez en no me acuerdo dónde, que el atentado a Fidel —el del batido de chocolate— había fallado porque Santo le había avisado que no se lo tomara. ¡Coño!, después de muerto Santo, cuántos intentos se han frustrado. Ellos dos en vida no se vieron nunca, pero puede ser que exista una comunicación espiritual y desde el Más Allá lo tenga al tanto de cada uno que le preparan. Hay que ser verraco para creer ciertas cosas. Si me dicen: Santo profetizó un atentado, ¡lo creo! Estoy convencido de eso. Una vez “metió” cinco profecías que ocurrieron después una detrás de la otra.
«Estábamos almorzando en La Roca. Cerraron el establecimiento y nos habíamos quedado en un privado. Lo abrieron de nuevo. Aún no existía el INDER. Yoyi trabajaba en el Ayuntamiento con Llanusa. Se terminó el almuerzo y teníamos pensado ir al Hilton, donde bailaba Ana Gloria. Nos dimos unos tragos en el bar allí, dando tiempo para llegar justo cuando empezara el show. Santo tenía el brazo encima de mi hombro. Le dijo a Yoyi: “Yo le tengo afecto al Dottore, pero esto es comunismo”. Recuerdo a mi hermano con un tacón en el reposapiés y los brazos acodados al mostrador, de espaldas al barman.
«Yoyi se molestó, ladeaba la cabeza negando, chasqueaba la lengua. No se cagó en su madre, porque para hacerlo, había que tenerlos más bien puestos que Maceo. En ese momento, ¿quién pensaba en semejante cosa?
«Luego dirigiéndose a Yoyi, le dijo: “¿Usted lo ve ahí? Pronto andará marchando por las calles como los demás abogados. Yo no sé de dónde él había sacado eso, porque ni soñaba nadie con los ejercicios, ni con los desfiles, ni el carajo. Lo de la Milicia vino mucho después.
«Habló de los cubanos que se iban a Miami. “Son esbirros —dijo—, ninguno vale un quilo, pero de aquí a un tiempo, van a ser los dueños de la Florida”. Nos reímos, pensamos que él bromeaba. Él agregó: ¿cuánto apuestan? Yo llevo años en Cuba, los suficientes para conocerlos bien. (...)
«Lo último que predijo Santo aquel día fue: “Óiganme esto, Fidel va a estar aquí cien años; a Fidel no lo tumba nadie. Pretenderlo es comer mierda.” El tipo era un iluminado...».